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MEMORIAS DEL RÍO INMOVIL

LA CASA OPERATIVA































































Cristina Feijóo CRISTINA FEIJÓO
REPORTAJE A LA GANADORA
Premio Clarín de Novela (2001)

Secretos de una familia muy normal

El reencuentro entre dos viejos compañeros de militancia desata la trama de Memorias del río inmóvil, de Cristina Feijóo, que obtuvo —por decisión unánime del jurado— el último Premio Clarín. Una historia de hombres y mujeres enfrentados a las marcas de un pasado feroz.

DANIEL MOLINA

Todo comienza con la aparición de un desaparecido: Floyt, que volvió de la muerte, es uno de los personajes más importantes y, a la vez, más inasibles de Memorias del río inmóvil, la novela de Cristina Feijóo que obtuvo el Premio Clarín 2001. La trama se inicia precisamente cuando Rita se encuentra al fantasmal Floyt en el Puerto de Olivos. Rita y Floyt habían militado juntos en los 70. Ella creía (al igual que los otros compañeros de militancia —entre los que se encuentra Juan, el marido de Rita—) que Floyt había desaparecido, porque después de ser detenido por los militares nadie había vuelto a verlo.

Ese encuentro va a trastocar la vida de Rita. Ella se había armado una máscara que le permitió reinsertarse en un mundo en el que los sueños utópicos fracasaron estrepitosamente. Pero la máscara —que además de ocultar su pasado ante los demás, la protegía de sus propias preguntas— se desmorona cuando Floyt reaparece. Desde ese momento, ella ya no puede seguir olvidando, ya no puede seguir negándose a interrogar su pasado. En esa búsqueda de su historia y de las historias de quienes la rodean, Rita va develando secretos cada vez más sórdidos, más siniestros, que no sólo la hacen ver de otra manera a los que creía conocer, sino que la llevan a cuestionarse a sí misma.

Durante los 70 Cristina Feijóo fue una militante, una mujer que creía que transformar el mundo en un lugar más justo era un sueño magnífico que, además, estaba al alcance de la voluntad de su generación. Pero a mediados de los 70 llegaron los años de plomo y ella fue detenida y estuvo tres años en prisión. Luego partió al exilio en Suecia, en donde vivió la solidaridad y el desarraigo. Volvió a la Argentina en el 83, cuando nacía la actual democracia. Ella es de la misma generación que su personaje. Y al igual que Rita, ella fue una militante política. Sin embargo, aunque los datos biográficos de Cristina Feijóo parecen coincidir con los de Rita, sólo lo hacen de una manera desplazada.

—¿Rita es Cristina Feijóo?

— No, yo no soy Rita, definitivamente. No diría que es una novela autobiográfica, ya que a mí me resulta muy difícil trabajar con mi realidad biográfica. Es más, tengo que tomar distancia de los personajes para poder construirlos. En la novela tampoco aparece ninguna historia de la cárcel: yo no puse nada de mi experiencia en la prisión. Incluso, el personaje que estuvo preso es Juan. Pero no se cuenta nada de esa época de su vida, apenas es un dato.

—Sin embargo, aunque desplazados, hay elementos biográficos que pertenecen a su generación, a los militantes políticos...

Es cierto. Traté de proyectar en Rita ciertas facetas de la experiencia que compartimos las mujeres militantes. La militancia era una opción tan fuerte y tan excluyente que no quedaba lugar para otras cosas. Por eso, cuando después de la derrota de ese proyecto militante pasé por la cárcel y el exilio, lo primero que encontré fue un terrible vacío existencial. Fue entonces que empecé a preguntarme cómo habría sido mi vida si no hubiera pasado por esas vicisitudes.

—¿La novela sería un espacio ideal para imaginar otra historia personal?

—Algo de eso hay. Alguna vez aparecía en las conversaciones con las compañeras de militancia o en la cárcel, como juegos de imaginación, la pregunta por lo que hubiéramos hecho de haber optado por otra vida. Y pensábamos en todas esas cosas que parecen pequeñas, pero que al no haberlas podido hacer toman otra dimensión. Las ganas de usar una minifalda o de ir a bailar, por ejemplo. Todo eso que no podíamos hacer porque éramos militantes. Hay muchas preguntas que se hace una mujer que militó y esas preguntas son también las que se hace Rita en la novela. Por ejemplo, si hubiera tenido un amante.

—Sin embargo, los personajes de la novela parecen no poder encontrar nuevos sentidos a la vida. Como si el fracaso militante los hubiera marcado para siempre.

—Porque en el fondo las nuevas experiencias que enfrentan son vividas por los personajes como una ilusión o un escape. Pero aunque las viven como ilusiones pasajeras, esas experiencias les permiten cuestionarse. Rita, por ejemplo, se atreve a romper con ciertos preconceptos morales que ella arrastraba de su época militante. Pero también descubre que sigue siendo la misma, que no puede darse vuelta como un guante, que lo suyo no es conseguirse un amante rico. En algún momento eligió ser otra cosa y siente que cambiar eso es traicionarse.

—En tu novela aparecen varias familias, pero ninguna es la tradicional, como si en la Argentina, después de la dictadura, hubiera surgido una especie de familia siniestra.

—Por supuesto, ya no se puede pensar en los Ingalls. Detrás de la fachada, las relaciones familiares de la novela esconden secretos terribles. La dictadura no fue algo que ya pasó. Los efectos de la dictadura siguen actuando en la vida de todos los personajes. Tanto en la de los que no quieren replantearse su pasado —los militantes— como en la de los que quieren esconderlo —los asociados con los militares—. Los que estuvieron en un bando o en otro, todos están atados a ese pasado que los obsesiona. Y los obsesiona más en la medida que está escondido. Puede haber nuevos pactos, relaciones afectivas muy fuertes, pero la familia tradicional está agotada. Y ese es uno de los núcleos fuertes de la novela.

—El personaje más intenso de la novela es Pinino, un muchacho gay que es el amante de Mishia, que además es hijo de desaparecidos. Son personajes atípicos en una historia de militantes setentistas.

—Es que yo quería desmitificar la imagen consagrada. No me gustan las imágenes de heroínas o de héroes o de víctimas que se publican en la versión santificada de la militancia. No éramos eso. Eramos jóvenes que habíamos hecho una opción política fuerte, pero éramos personas con mil facetas, como cualquiera. Si uno investiga qué ha sido de la gente que militó en los 70 encuentra una diversidad de opciones de vida enorme, desde las más admirables hasta las más repugnantes.

—¿De ese deseo de desmitificación surgió la novela?

—De algo parecido. Lo que me movió a escribir el libro fue que yo quería saber qué pasaba en los 90 con una pareja que hubiera permanecido unida desde que ambos militaban en los 70. Cómo lograron seguir adelante en su vida dos personas que llevan 22 años juntos, uno de los cuales estuvo en la cárcel y la otra en el exilio, ambos tuvieron que ocultar sus sueños de juventud para reinsertarse en la sociedad. ¿Cómo hicieron? Para poder seguir, Rita y Juan hicieron un pacto de silencio sobre el pasado, en lo demás tienen grandes complicidades. Entonces descubrí que ellos pudieron seguir viviendo, pero al costo de tener que tolerar enormes frustraciones. Yo quería saber si es posible construirse una nueva forma de vida.

—¿Y es posible?

—No sé. Pero Rita se lo propone. Ella trata de integrar su pasado en el presente, dejando de negarlo, de mantenerlo oculto. Ella se arriesga más que Juan.

—"Memorias del río inmóvil" es una novela en la que hay por lo menos cuatro personajes muy ricos y varios otros que son importantes, ¿cómo fueron apareciendo esos personajes?

—El primero que se me apareció fue Floyt. Apenas pensé en la novela, lo "vi". Y ya lo vi como el fantasma que iba a ser a lo largo del relato. Floyt es un desaparecido. Vi la imagen de Floyt en el puerto de Olivos, como alguien loco o desarraigado o completamente excluido. Y yo misma no sabía al principio si estaba muerto o no. Y ese personaje desencadena todo, porque a partir de que reaparece Rita ya no puede seguir fingiendo. Entonces empecé a imaginarme qué reacciones se producían en Rita a partir de esa reaparición del pasado y también cómo impactaban en Juan. Los personajes empezaron a armarse a partir de esa confrontación.

—Su novela se ubica dentro del realismo más clásico.

—Mis preferencias literarias son realistas. Amo la literatura norteamericana: desde Hemingway hasta Salinger. Ahora leo a Lorrie Moore. Además de ser mis elecciones como lectora son mis maestros. Lo que me interesa del realismo norteamericano no es sólo su capacidad de dar cuenta del mundo exterior y de las acciones, sino cómo integra el universo de los sentimientos, y da cuenta de esa subjetividad interior a través de un gesto, de casi nada. En eso Carver es insuperable.

—De la literatura argentina, ¿quiénes te interesan?

En primer lugar, sin dudas Osvaldo Soriano. Y Julio Cortázar. Para mi generación Cortázar, además de un escritor maravilloso, era una especie de amigo mayor. Leo a Saer, a Tununa Mercado y a Angélica Gorodischer. Y, por su puesto, a Borges. Pero Soriano es mi preferido: sus textos transmiten una forma tan particular de ser argentino (entre el absurdo y la ternura) que me parece único.

Buenos Aires, Clarín. Suplemento Cultura y Nación. 14/10/2001 .