Tres décadas no son un soplo por más que ésa sea la sensación para quienes las hayan atravesado. Las dos primeras, el setenta y el ochenta, fueron como una enorme ola que levantó expectativas de cambio y en su cresta más alta pareció brillar la revolución social; pero recibió el viento aniquilador de la dictadura militar y su reflujo se cargó de muerte y destrucción. Los sobrevivientes, que a comienzos de la democracia rehicieron sus vidas, lo hicieron superponiendo la nueva realidad a los recuerdos de aquellas luchas, cuyas marcas desafían cualquier intento de apaciguamiento o cicatrización.

Memorias del río inmóvil, de Cristina Feijóo, premio Novela Clarín 2001, subleva la superficie en la que ha logrado decantar el vértigo de la acción y la posterior desesperanza de la derrota. Por debajo de las aguas que la presencia del río —instancia de vida y de muerte, de alta concentración simbólica— ha instalado en la conciencia desde el título del libro, asoma el pasado. La estructura se conmueve: ella, Rita, ha estado en el exilio; él, Juan, su marido, en la cárcel. Hay otros pares que intercambian deseos, malicias, mentiras y recelos, gente que ha sabido medrar con la infamia, que se ha enriquecido y estabilizado al abrigo de la dictadura complicándose con sus crímenes.

El pilar central del escenario que Feijóo arma y de la escena que monta es Floyt, un militante reaparecido, o fantasma, al que se creía muerto. Rita lo descubre junto al río, en el puerto de Olivos, mirando hacia un horizonte que puede ser la nada, y no tarda en reconocerlo. Esa melancólica figura se reitera y va a ser el desencadenante de un estallido en el curso normal de la memoria. Nada será igual a partir de ese encuentro. La trama empezará a revelar historias de traiciones dormidas; intrigas que implican a los personajes en diversos entrecruzamientos y que no se desarman hasta haber tensado al máximo el hilo del relato; los nudos cierran secuencias, el suspenso desanuda la verdad que se ocultaba en el misterio. Una novela de la tercera década, la del noventa, cuya clave es la irrupción de algo o alguien que viene a poner en movimiento las aguas aparentemente tranquilas en las que sobrenadan los protagonistas. Hay relato directo, introspección, un remontarse a la infancia o a los pueblos de origen. La búsqueda del "fantasma" disipa las capas bajo las cuales estaba aletargada la memoria y en esas revelaciones se recupera el peso del sentido, aquél que hizo vibrar a toda una generación y cuyos desafíos sociales y políticos siguen vivos.

En: Clarín en línea.